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Más allá del metro cuadrado

¿Percibiste alguna vez cómo el espacio físico con el que contamos no siempre coincide con el espacio emocional o mental que necesitamos en determinado momento? ¿O cómo ese espacio que estamos usando u ocupando también puede excedernos?


Hay veces que, de tanto pensar o elaborar ideas y proyectos, sentimos pesadez en la cabeza. Hay veces que, aunque tengamos todo el espacio del mundo, nos sentimos arrinconadxs. Y así podría dar varios ejemplos.


Aquí traigo el concepto de espacio vital: ese lugar que no es físico, que no se delimita con materia, pero cuya existencia —y respeto— es indispensable para nuestro bienestar y el de las personas que nos rodean.


Es ese margen de aire que, aunque no esté delimitado, suele ser importante tener presente. Un espacio que, además, es dinámico: a veces crece y nos orienta a distanciarnos un poco del entorno, y otras veces se retrae y nos permite fundirnos más con el espacio vital de otras personas.


Por eso, tener noción de su presencia puede llegar a ser muy valioso para no interferir —sin darnos cuenta— en el margen que otras personas pueden estar necesitando.


La semana pasada hablábamos de sutileza, y aquí también tiene cabida. Como el espacio vital no es algo tan perceptible, para darnos cuenta de cómo se ensancha o se afina —y además, para no invadir el de otra persona— es necesario desarrollar cierta sensibilidad.


Tal vez te sirva tener este concepto a mano y observar cómo todas las personas intervenimos en los lugares que habitamos; cómo modificamos los espacios que transitamos, y cómo otras personas modifican los nuestros.


De esta forma, podés llegar a percibir qué te hacen sentir los lugares y las personas, y cómo esos factores influyen en vos. Así, si eventualmente te gustaría que algo cambie, podrás disponerte a eso.

 
 
 

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