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Movimiento

Este mes nos toca hablar del movimiento, en especial el movimiento del cuerpo. Últimamente pienso mucho en eso. El cuerpo me parece fascinante, y su capacidad de movimiento me deslumbra. Todas las formas que existen, la quietud y las infinitas maneras de moverse; rangos de velocidad, de destreza, de sutileza, de presión o levedad. Y todo eso actuando como una posibilidad de aprendizaje constante. Cuando entrenamos en la escuela nuestro cuerpo incorpora distintos registros de movilidad. Aprende a estar quieto y dar lugar a percepciones más sutiles, como la respiración, el ritmo cardíaco, el tacto del aire o el tacto interno al percibir la circulación de la sangre. Pero también aprende a desplazarse, a moverse de un punto al otro de manera precisa y leve. Practicamos retirar el máximo posible de puntos de apoyo y quedar casi flotando en el aire. Entrenamos la estabilidad, el estar plantadxs, inamovibles en el suelo. Registramos distintas densidades, la diferencia entre mover un músculo, una articulación, un órgano, como por ejemplo los ojos. Abarcamos distintas alturas, desde estar de pie hasta sentarnos o acostarnos. Usamos nuestro cuerpo, en el mejor de los sentidos. Y en ese usar, hay algo de lo vital, de la potencia del cuerpo que emerge y se disponibiliza.


Desde que empecé este texto pienso en el filósofo francés Michel Serres y un texto suyo que siempre me anda rondando: En el atardecer de mi vida canto esta razón, para la instrucción de mis sucesores. Entonces, ¿qué va a hacer usted a la alta montaña a esta edad? A preparar mi escritura. Estudien, aprendan, por cierto, siempre quedará algo, pero por sobre todas las cosas entrenen el cuerpo y confíen en él, porque él se acuerda de todo sin molestias ni estorbos. Sólo nuestras carnes divinas nos distinguen de las máquinas; la inteligencia humana se distingue de lo artificial por el cuerpo, solamente por el cuerpo.

 
 
 

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